La Barcelona de los jabalíes

Parece mentira como la ciudad de Mirós, Hoteles Vela, Festivales Air Race, Fórums y restaurantes Dans le noir, acoge no sólo a lo más selecto. En Barcelona ciudad también corretean a sus anchas unos mamíferos de pelaje castaño, con vetas en lo alto del lomo de un color algo más oscuro, colmillos salientes de una boca babosa y un hocico redondo listo para rastrear hasta los más escondidos restos de comida. Y le encanta revolcarse por los barrazales. Ajá. Como leen. Jabalíes o si quieren mantenemos su nombre al más estilo retro: sus scrofa (por lo chic). 


A ver, señores, no confundan mis palabras. Yo no he dejado escrito en ninguna de mis líneas que mientras fotografían los innumerables guiris salmonetes la fachada de la Sagrada Familia, puedan comprobar la belleza  de estos salvajes animalillos. A lo que me refiero es a los alrededores de esta ciudad incomparable a ninguna otra. Sí, también por los cerdos salvajes. 


Existe un parque de 17 ha en el distrito de Sarriá - Sant Gervasi conocido por muchos niños por su castillo derruido, sus ponys esclavizados, sus columpios de última generación, su vegetación indomable, el trenecito de vapor y la cálida mirada de pajarillos, conejos, ardillas y demás especies del clima mediterráneo,  llamado el parc de l' Oreneta. Estos extensos jardines son el resultado de la suma de dos fincas rurales: la masía de Can Bonavia de la familia del Conde de Milà y el castillo de l' Oreneta de la familia Tous. Ese castillo, o lo que queda, es quien da nombre al recinto. Significa golondrina.


Un sábado a la tarde decidí aventurarme a pasear por esos lares con el motivo de memorar antiguas hazañas amorosas. No recordaba ni pizca de los sitios por los que anduvo esa Carmencita de dieciséis años, pero sin saber bien por qué me arriesgué a penetrar por entre los follajes del paisaje. Sólo me faltaba el látigo y el sombrero camel(el temor a las serpientes me persigue desde nacimiento). Encontré un escondite estudiantil bajo una higuera: un tocadiscos antiguo, un tocata medio moderno(entrada usb)y una carpeta misteriosa que me resistí a ojear. Con una mirada de asombro continué las andanzas. Descubrí: una casita de madera para pájaros, dos punketas fumando maría sobre una piedra a punto de desprenderse(lo hizo pero ya estaban demasiado colocados como para enterarse), una pareja de jóvenes amantes contra un cedro voyeur, un paquete de tabaco (¡entero!y con mechero), un ejemplar de La Vanguardia del año 2008 y un jabalí. 


Es un parque. Es más o menos normal encontrar este tipo de cosas. Sin embargo, cuando observé que entre la maleza algo se movía y que regurgitaba todo tipo de deshechos, me quedé inmóvil. Se mantuvo inquieto. Luego se acercó hasta mí con sus afiladitos colmillos y decidió dar la vuelta para seguir buscando entre los hierbajos. Hice algunas fotografías a lo Félix Rodríguez de la Fuente y corrí hasta dar con unos niños insoportables que se reían de mi imagen de fugitiva: con hojas entre el pelo, zapatos embarrados, arañitas por la espalda y cara desconcertante.


Ya de vuelta a casa, en la salida del parque, volví a encontrarme con un jabalí rebuscando entre la basura. Aquello me resolvió la duda de por qué todas las papeleras estaban bocabajo con los residuos por el suelo.


"Cambiados condes y señorones por cerdos salvajes", imaginé como póster de bienvenida al parque. Menuda paradoja la vida.

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