De Frankfurt a Barcelona sólo hay un día de diferencia (2ª PARTE)

Así que entre cabezadita y revoloteo por los interiores aeroportuarios, me quedé escribiendo en una de las ya citadas sillas de petróleo plastificado. En el asiento de al lado encuentro un joven extremadamente delgado ("canijo", como dicen por mis tierras) con zapatos urbanos, vaqueros desgastados y trenca gris. Se encontraba deshilachado, con la cabeza entre las rodillas y sus brazos largos estirados hasta rozar el suelo. De repente, sale de su madriguera-cuerpo y me pregunta:"¿Qué vuelo coges?" con un acento difícil de definir(matices italianos, marcados sobre todo en palabras llanas pero con una clara entonación inglesa)

De este modo iniciamos una conversación que duró en torno a 3 horas. En ella, me contó los 2 días que llevaba durmiendo en el aeropuerto, su nacionalidad canadiense, sus estudios de filosofía y literatura en Bolonia (su ciudad de destino), el por qué de dicho viaje, las singularidades de Elena (el motivo del trayecto), su capacidad para amar y sus planes de futuro. Concluímos que:

- Alemania forma parte de los territorios más hostiles del mundo.
- Los italianos son conservadores, machistas pero pasionales.
- Elena no "fota" bien.


Llegaron mis amigas, que se dejaron caer por aquellos lares a eso de las 14 horas, pues partían a Estocolmo en unos instantes, por lo que me  despedí de Michael, deseándole suerte en su declaración de amor y acompañé a mis compatriotas hasta mi ya archiconocido control de seguridad. Tras la despedida (de nuevo...)y cierta nostalgia que sacudió mis pálpitos, aposté por un "durum" gigante y una tableta de chocolate pagados con los 50 euros que uno de mis angelitos suecos me prestó.

Estuve pensando en pasar todo el día en el aeropuerto, conociendo a más Michaels enamorados, fotografiando a parejas y a sus lloros de despedida... pero el señorito que vela por mi integridad sugirió (u ordenó...) que me hospedara en un hotel y descansara. Así que hice una lista de daños colaterales para decidir si  quedarme a dormir en el aterido suelo:

- Cansancio, hambre, posibles robos, incomodidad, guarros pervertidos,  manadas de fanáticos futboleros (ver daño anterior), frío y aburrimiento.

Toda esta serie de verdades, junto con la continua desazón de "como se entere me mata" hicieron que tomara un hospedaje, pues la idea brillante de pasar un día entero en un hotel cercano y un baño caliente hacieron que las aventuras aeroportuarias se las dejara a Tom y las burbujitas para una servidora.

Cuando llego a la recepción del hotel de enfrente, mi ánimo comienza a alarmarse, pues el precio ascendía a 46e, no a 30 como me informaron. Corro hasta la tienda de souvenirs y golosinas y devuelvo la tableta sin abrir (1.60e), sin los cuales no llegaba. Céntimo a céntimo consigo mantenerme en el precio justo. Sin embargo, mis ojillos vigorosos advierten un cartel en el que se publicitan habitaciones por 30e. Me acerco al stand y un jovencito alemán- alemán telefonea para que me recojan. 

Llega a los 5m un hombre mayor, rozando los 70 años, grande, cojeando, con una gorra azul y unos zapatones enormes. Sonrisa acorde con su físico, amable, simpático, bonachón y paternalista. Pienso que también lo llamaré Michael. En un inglés básico charlamos por el camino nevado, de carreteras anchas y bosques frondosos. Llegamos a mi nuevo refugio. Es una casita preciosa de madera, con nieve por todas partes. Mi habitación se encuentra arriba. No tengo baño individual pero estoy sola en la casa, así que me pertenece. Además, disfruto de una terraza enorme para mí. Tarde de lectura, baño caliente, pijama, sueño y fotografías. Bendita soledad.

A la mañana siguiente, Michael me lleva al aeropuerto, me despido, paso el control, enseño el documento a la señorita azafata, subo las escaleras del avión, me siento, duermo. Llego a Girona. Cojo el autobús hasta Barcelona. 


Nunca pensé que pudiese añorar tanto mi estación Nord, mi parada de metro, mi línea verde...


Un "mi" delante de esta ciudad que me sabe a reconfortable. Por fin en casa.





De Frankfurt a Barcelona sólo hay un día de diferencia (1ª PARTE)

Hay días, fechas, que no pueden olvidarse jamás. Algunos son cumpleaños familiares, otros, aniversarios de boda o defunción. Existen además unos mucho más difíciles de explicar. Se remiten a hechos anecdóticos que por lo extraño del suceso consiguen su prestigioso hueco en el recuerdo. Algunos de ellos se encuentran entre la temática: "Amigos y desconocidos" y "El amor y sus estupideces". Sin embargo, en esta ocasión, ninguno de estos campos de contenido refieren a mi, ya inolvidable, hazaña.


Tras pasar una semana en el Carnaval de Mainz y Frankfurt con dos amigas de la facultad, me dispuse al regreso al hogar añorado a la hora temprana de las 3 pm. Con la despedida azotando mis glándulas lacrimales y un frío gélido e inhóspito, avancé hasta la estación de trenes y buses, lugar donde por deducción lógica, había que coger el autobús que me llevaría una hora antes de mi vuelo, al aeropuerto de Frankfurt Hann.

Con el dinero justo y sin bufanda, conseguí traspasar el control de seguridad sin la menor incidencia y me senté en uno de los bancos de plástico blanco de la sala 2, destino: Girona, vuelo: 4424, hora: 6:40 en el día 17 de febr...¿17?¿17?sí, Carmelita, 17 de Febrero, MIÉRCOLES. Ojeo el documento acreditativo de Ryanair. La fecha no corresponde a la de hoy. En su lugar, aparece un bonito número 18 que se traduce en MAÑANA, JUEVES. Es decir, he sufrido un ataque de imbecilismo profundo, una enfermedad llamada: "Distracción momentánea difícil de definir en la que ser despistada, estar en la puta parra y padecer empanamiento agudo son uno más de los factores por los que te colocan el cartelito de DESASTRE".

Sudo como un pollito. Me río como una ratilla y sonrío como una coneja. Mi estado animal no me permite hacer más que una cosa: comerme la berlina rellena de mermelada de fresa que guardo en el bolsillo exterior de la maleta-carrito, de medidas útiles para el viaje de una ruin compañía aérea.

Una vez lleno el estómago me coloco en la fila que recién acaba de engendrarse ante la puerta de embarque. Ahora llega el momento en el que cuento un suceso de igual calibre: Estando yo en París con objeto de visitar a mi querubín, me disponía a regresar a la mía patria cuando en un lamentable estado de somnolencia me pasé por el arco del triunfo las normativas aéreas y aterricé en Barcelona, siendo mi verdadero destino, Sevilla.

Pues con este precedente, creí conveniente intentar traspasar las barreras azafateñas y encontrar un sitio entre tan publicitado avión. No obstante, y como sugería la lógica aplastante, esto no sucedió de tal modo y la mujercita huraña y agria me pronunció un "NEIN" que dejó mi alma desconsolada.