Primeras impresiones desde la terraza






     Llegué un martes 22 de septiembre a la nueva terminal 1, sita en el aeropuerto del Prat, provincia de Barcelona, a eso de las 22 horas y con una línea de bajo coste. Maleta de 20 kilos, ruedas, asa, carrito. Equipaje de mano: 11 kilos en una bolsa con dibujos de Mafalda, un bolso negro, diseño de señora, y un libro de Bandidos de Ronda entre las zarpas. Con aire desenfadado, siempre recubierto con antiojeras, raya negra interior en los ojos y una sonrisa a lo Roald Amundsen al desenfundar su bonita bandera noruega en terrenos antárticos.


     Recogida afectiva llevada a cabo con éxito, traslado al nuevo hogar inmejorable y besos familiares, anécdotas rutinarias y descanso en mi recién estrenada cama...triunfante.


     El motivo del traslado desde tierras sureñas al noreste del país se debe a mi calidad como estudiante universitaria con Beca Séneca. Esto es, que el último curso de la licenciatura de Periodismo lo realizo en Cataluña. Por eso, la hermana de mi madre, residente aquí desde hace años, decidió darme cobijo durante mi estancia, ofreciéndome no sólo la garantía del derecho a la vivienda digna, también algo de calor humano.


     Y así me encuentro en el barrio de Sarrià, en una familia de bien, con famosetes en las porterías vecinas y con un acento que me impide pesentarme Carme, aunque quisiera. Me asomo a la terraza por las mañanas y las noches, unas veces para despertarme el ajetreo siempre en movimiento de sus calles, y otras, para observar las luces de las carreteras, los salones de las casas recogidas y las farolas de mi acera.


     Desde aquí puedo volverme algo más cruel, displicente, temeraria, sensible...puedo ser más susceptible, puedo cambiar de pareceres o asentar mis ideales. Creo que este cambio de aires me está sentando bien, muy bien. Después de todo, tan sólo son las primeras impresiones desde una terraza aún desconocida.