Aviones sobre mis pies de arena

   Es curioso como el mar se adentra poco a poco en una ciudad hasta hacerla amante del asfalto. Aún más, si la ciudad de donde vienes únicamente tiene como pasión acuática a un río repleto de cochambres y desperdicios varios(véase "El Guadalquivir y sus misterios ilegítimos: pozo de hojalata y corrupción").  


   Aquí es distinto. Puedes aproximarte al puerto, caminito abajo de La Rambla, soñar con zarpar en los presuntuosos veleros, remolcar una menorquina hasta el cielo de Cadaqués o simplemente nadar rumbo a ninguna parte, como dicen por mis tierras: "Hasta que el cuerpo aguante". No son playas gaditanas de arena fina y blanca, viento arremolinado y paisajes panorámicos; tampoco piedras de furia salvaje por aquello de la Tramontana, pero saben saciar la nostalgia del marinero. 

   Tal vez sea por llevar el nombre de la patrona de los trabajadores del mar en mi DNI o quizá por haber sido concebida bajo las aguas de Neptuno (como bien decía mi madre las noches ebrias de fin de año) pero lo que sí es cierto es que lo marino me clama a voces. El verano se acerca tanto que quema (pese a estas lluvias tempestivas) y me agarran fuerte las ganas de precipitarme a la playa. Así que con bikini de lunares, toalla al hombro y gafas a lo Lennon me fui directita a la arena de Castelldefels. 

   El municipio del Castillo de los fieles como se traduce al castellano más exacto, se encuentra a unos 20 kms de Barcelona y es uno de los núcleos preferidos para tostarse al sol sin peligro del efecto guiri que asedia a la capital. Si bien tiene en su poder playas extensas y una población de 62.000 habitantes, es más conocida por residentes como Leo Messi o la figura cómica del Neng de Castefa, acérrimo seguidor de rutinas populachas y barriobajunas. 


   Por aquellos lares me encontraba, leyendo a un Alberti preso de un amor portuario, cuando el ensordecedor ruido de un boeing 747 hizo estremecer hasta las páginas de mi libro de bolsillo. Pronto salí de mi profundo trance y descubrí no sólo aviones de carga colosal, también las neveras con litronas, las sillas y sus abuelos de periódico y sombrero de paja, las parejas escandalosas y los pechos pequeños, los falsos y   los castigados, todos descubiertos; los niños con sobrepeso, las cicatrices con historia, las charlas sobre la Huelga General y los lametones de helado. Pasé la página y volví con Rafael...y con el regusto de un nuevo verano. 

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