Los secretos del mortero

   Tengo la terrible certeza de que en Andalucía no se sabe comer allioli. 

 Tenemos una rica gastronomía pero permítanme decirles a los insaciables de la salsa blancuzca que esa plasta no es aceite y ajo, es mayonesa. 

  Desde niña repugné dicha mezcla de huevo, aceite y ajo por lo pesado de su sustancia, lo empalagoso de su espesura y ese resabio a inacabado. Nunca entendí que lo llamaran alioli. Pensé que era alguna guarrada culinaria del extranjero exportada a nuestras mesas. Pero me equivoqué, al cielo gracias.

   Allá por el año 2006 un barcelonés distraído y experto en artes gastronómicas,  me enseñó las delicatessen del paladar catalán a base de un verano inolvidable por tascas y bares de una Cataluña más cercana y resguardada del turismo playero. Me había prometido llevarme a comer las delicias más recónditas de los pueblos aledaños de Sant Andreu de Llavaneras, pueblo costero del Masnou donde desde hacía años, pasaba los meses estivales en la residencia de descanso de mis tíos. De este modo, conocí las bien servidas escudellas, las escalivadas de pimiento, la frescura de un buen plato de esqueixada de bacalao,el siempre apetecible pa amb tomáquet y como no, acompañado del mejor vino de la comarca. Así fue como descubrí que aquella salsa horripilante se convertiría en uno de mis favoritos alicientes a los placeres del gusto. Se trataba de un plato de butifarra con "mongetes"(alubias). Delicia de "pageses". Al lado se encontraba el mortero amarillo. "Fotali!", dijo él. Y yo, temiendo que era mayonesa le respondí con una negativa señalando mi desagrado a la "mayo". Él rió y me contestó: "això, maca, no és un insult a la cuina, és allioli. No porta ou. Només oli i all. I està boníssim. Ase que prova ... vingui!". Y vaya que sí lo probé.


  Desde aquí quiero hacer un llamamiento a las manos mágicas de la hostelería española: hagan allioli. Pero el de siempre, por favor, les ruego que vuelvan a los orígenes andalusíes, romanos, ¡egipcios!y no acudan al pastiche del huevo en el que las industrias alimentarias se recrean sin ningún otro uso que el de ensuciar el nombre de esta maravilla culinaria. 


  Hora de comer. Tortilla de patatas y ensaladilla rusa. Mi tía abuela sevillana no olvida sus raíces por mucho allioli que valga y a mi petición de un menú más catalán, me responde con un "¡Vaya la Carmela! lo catalufa que se nos ha vuelto, ¡si quieres te cambio el gazpacho por pan con tomate y las torrijas por la crema catalana!". Y eso sí que no, yo no le vuelvo a dar un disgusto así, que la tierra tira lo suficiente como para admitir cuando el allioli juega fuera de casa.
     

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